
Biografía y datos personales
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Nombre real: Enola Payne
Edad: 23
Altura: 1, 57 cm
Peso: 56 kg
Sexo: Femenino
Estado civil: Soltera
Orientación sexual: Bisexual
Ocupación: Reina de Junkertown
Base de operaciones: Junkertown, Australia
Afiliación: Junkers
Universo: Overwatch/Multiverse
Tras el ataque al núcleo de fusión del omnium australiano, Phobia se vio obligada a vivir en la sociedad que los Junkers habían formado. Vio como, poco a poco, utilizando los restos metálicos de lo que antaño fue su hogar, una nueva ciudad independiente y sin ley se alzaba. Aprendió rápidamente que, en esa nueva sociedad, debías ser útil sino querías encontrarte en los brazos de la muerte o ser abandonado a tu suerte en el árido desierto en el que se había convertido Australia. Ser uno de los miembros más jóvenes de la comunidad le benefició, pues gracias a su pequeño tamaño podía entrar en lugares que otros no podían alcanzar. Con suerte, casi siempre encontraba algo de valor. Era algo así como una especie de rastreador, que precisaba de la ayuda de hombres más fuertes para cargar con el botín obtenido. Le fastidiaba el hecho de no poder llevarse nada, ¿por qué no? Ella lo había encontrado, tenía derecho a ello. "Todo es de todos", se limitaban a responder.
Esa frase la acompañó en cada etapa de su vida, mas seguía sin encontrarle un sentido lógico. Una de sus aficiones, como era la mecánica, le sirvió para continuar contribuyendo activamente en Junkertown, a ojos del resto. Había visto a muchos irse por la gran puerta de entrada o ser llamado por la reina y no volver jamás. La sociedad de los junkers se regía por el reinado del más fuerte, quien gozaba de mayores privilegios y, por supuesto, de una riqueza incalculable. Cuando éste moría o perdía un reto por el trono, aquel que demostrara más fuerza e ingenio ocuparía su lugar. De no ser porque se había criado con ellos, habría jurado que se comportaban como los bárbaros de los ajados libros que encontró entre los escombros años atrás. No eran más que ratas en una caja metálica, dándose mordiscos para arrancarse la garganta. Y había llegado la hora de que ella empezara a hacerlo. ¿Por rencor? En absoluto. ¿Quizá por rebeldía? Menos aún. Su única motivación, eran aquellas palabras. 'Todo es de todos'. Eso significaba que el trono de Junkertown también podría serlo. Se traducía a una vida sin preocupaciones, donde no tendría que estar pendiente de mejorar sus habilidades para resultar útil y, por supuesto, estaba el botín. Ese que los junkers habían acumulado y aumentado con el paso de los años. Era consciente de que su rival era muchísimo más fuerte que ella, eso era innegable. Aquella mujer corpulenta, cuyo trasero a duras penas se levantaba de aquel trono improvisado, le zurraría de lo lindo en un abrir y cerrar de ojos. Ahí fue donde entraría en juego su ingenio. Al igual que la propia Junkertown, una pelea por el trono carecía de reglas escritas. Todo valía. No importaba cómo de sucio fuera el truco. El primer paso consistió el pensar cómo hacer que la situación se pusiera de su parte.
Halló la clave en los arácnidos que pululaban a su alrededor. No buscaba nada letal, solo algo que pudiera equilibrar la balanza. Entre su colección de libros, figuraba uno que contenía información acerca de la fauna australiana. Rápidamente, buscó la página donde empezaba la lista de arácnidos, y, tras una exhaustiva lectura, halló al ejemplar perfecto. Atrax robustus. Esperaba que quedara algún ejemplar con vida en Junkertown o sus alrededores. Ya que el sistema de cañerías de la ciudad era bastante chapucero, pensó que el suelo bajo las chabolas sería lo bastante húmedo para parecerle apetecible como un hogar a dicha araña. Cada araña con la que se topaba era más asquerosa que la anterior, pero no era la elegida. Tras casi una hora de levantamiento de rocas y revisión de las paredes, encontró un ejemplar sano. Y macho, para su suerte. Logró atraparla en un pequeño recipiente de cristal y así poder transportarla hasta su hogar. Ahora venía la parte difícil, incluso si ella había descubierto su inmunidad a las toxinas años atrás, una picadura no dejaba de ser dolorosa, especialmente la de este tipo concreto de araña. Además, si se le escapaba, adiós al plan brillante. Un poco de alcohol en un algodón desorientaría al arácnido el tiempo suficiente para poder agarrarla con una pinzas improvisadas. Provocó al animal con una pequeña varilla de metal, golpeteando sus colmillos para que estos segregaran el veneno en defensa propia. El proceso fue largo y costoso, pues un par de gotas no era una cantidad significativa. Le llevó varios días obtener la mitad de un frasco pequeño de dicho veneno. Eso sería suficiente como para provocarle un ligero malestar, teniendo en cuenta su peso, estatura y edad. Fabricó un arma de filo, con la que seguramente provocaría más de una carcajada. Sería como intentar matar a un elefante con un palillo, aunque sus intenciones no eran esas. Tras esparcir el veneno por el filo, emprendió la marcha.
Armada con una jabalina improvisada, acudió a la guarida de la reina para retarla públicamente. El estruendo de su risa le provocó escalofríos, a lo que le siguió la orden de marcharse por donde había venido, pues no era rival para ella. Claro que no lo era, pero tenía a la madre naturaleza a su favor. O eso esperaba. Volvió a insistir, con el pretexto de demostrarle que sería una digna rival. La reina, a regañadientes, se vio obligada a aceptar el reto por el trono. Incluso si se trataba de una niñata enclenque y sin posibilidades, debía mantener su posición. Igualmente, sería algo rápido. Cuando todos los habitantes de Junkertown se reunieron para el gran encuentro, sus nervios se hicieron presentes. Tanto que hasta las piernas le temblaban. Carecía de experiencia en el combate, de cualquier clase. La reina eligió un arma contundente y pesada, fabricada con una cadena que llevaba un yunque fundido al final. Si era capaz de levantar eso, sus problemas no habían hecho más que empezar. Tragó saliva, presentando su arma. La pelea iba a dar comienzo.
La reina comenzó a hacer girar la cadena, preparándose para soltarla en cuanquier momento. Lo bueno era que se trataba de un arma lenta, lo malo era que de un golpe podría abrirle el cráneo. Phobia adoptó una postura firme, retándola con la mirada. Si conseguía que fallara el primer golpe, podría aprovechar esa abertura para clavar el filo envenenado. Cuando la reina hizo su primer lanzamiento, se vio obligada a saltar hacia atrás, alejándose todo lo posible de la trayectoria. Conforme vio el boquete que había quedado en el suelo tras el golpe, su terror creció. Un nudo se formó en su garganta y sus piernas actuaron solas, corriendo en círculos por su vida, mientras su contrincante se divertía mareándola. No podría correr eternamente, y su reina se lo recordó arrojando el yunque frente a ella, cortándole el paso. Aquel último golpe fue tan fuerte, que la impresión le hizo caer de espaldas al suelo. Incluso el yunque se había desprendido dada la brutalidad de la corpulenta mujer. Un alivio para Phobia, de no ser porque ahora se encontraba vulnerable y expuesta a los golpes de la contraria. El primer cadenazo fue relativamente fácil de esquivar, el segudo, ya no tanto. Su brazo sufrió las consecuencias de aquel golpe, llegando a sentir que sus huesos se habían partido incluso. Mientras se retorcía por el dolor, intentó alcanzar su arma con su brazo sano. El siguiente golpe apuntó directamente a su cuerpo, al tiempo que logró recuperar su jabalina. Cerró los ojos, alzándola contra la reina. Una de las dos iba a salir muy mal parada. El cadenazo fue interceptado por la jabalina, pero esta última había hundido su hoja en el hombro de su contrincante. No era un punto vital, había sido un completo fracaso. Su reina rió a carcajadas, arrancándose el filo como quien se quita una astilla del dedo. El veneno no iba a tener un efecto inmediato, incluso si el filo de su arma penetró más profundo que los colmillos de una araña. No iba a aguantar tanto, aquí acababa todo. La reina optó por enrollar la cadena alrededor de su pierna, dedicándose a arrastrarla sin ningún cuidado por el rocoso suelo. Su brazo roto volvió a resentirse, junto con las numerosas heridas y cortes que se unieron a acompañarlo. La presión de la cadena partió otro de sus huesos, haciéndola gritar de dolor. Podía sentir que estaba a punto de desmayarse en cualquier momento. Cuando la reina se cansó de divertirse con ella, decidió poner fin al encuentro. Consciente de que Phobia sería incapaz de levantarse en su estado, la mujer fue a recoger el yunque del suelo para darle el golpe de gracia. Pero, a medio camino de su recorrido, la reina dejó caer su arma de golpe, comenzando a respirar agitadamente mientras se llevaba una mano al pecho. Estaba ahogándose. Por fin el veneno había hecho efecto. Aprovechando su estado, Phobia intentó arrastrarse hasta su arma. Al menos tendría algo con lo que oponer resistencia. Pero, antes de que ella pudiera si quiera rozar la base de la jabalina con sus dedos entumecidos, la reina se desplomó en el suelo. Uno de los junkers del público confirmó su muerte. La pelea había terminado, siendo Phobia la ganadora.
Se quedó blanca ante ese hecho, ¿cómo había podido pasar? Una cantidad tan pequeña no tenía por qué matarla, menos con su corpulencia. Ni si quiera se trataba del veneno de una araña letal. Los junkers vitorearon a la que ahora era su nueva reina, levantándola del suelo para llevarla hasta su guarida. No sin antes atender sus graves heridas. Por mucho que insistió en que su intención no era matarla, nadie le hizo caso. Algunos inclusos se burlaron de sus palabras. Solo pretendía reducirla y concederle la oportunidad de irse por su cuenta, o vivir como una más a falta del control de Junkertown. Incluso a sabiendas de que, si no le daba muerte, la victoria no sería válida.
Más tarde, averiguó que la vieja reina tenía una salud atroz. No solo por su peso, sino por la radiación que habia hecho mella en ella. Lo que la mató fue un ataque al corazón, facilitado por el veneno de la araña, el cual aceleró su pulso y dificultó su respiración,. Sumado a unas arterias casi obstruidas se tradujo en una muerte casi instantánea. Phobia desconocía por completo ese dato. De haberlo sabido, jamás se habría planteado usar un truco tan rastrero. Su error de cálculo le llevó a arrebatar una vida sin quererlo. Mas no se martirizaría por ello toda la vida, fue un accidente y ella no era adivina para conocer el estado de salud de cada persona o los efectos de una toxina sobre éstos.
Cuando sus huesos se soldaron y sus heridas cutáneas no quedaron en más que pequeñas marcas, de las cuales la mayoría desaparecieron, su reinado comenzó formalmente. El viejo sillón que descansaba al fondo de la guarida era más cómodo de lo que parecía a simple vista. Eso sí, tenía muy presente que se lo ganó por pura suerte, que no por esfuerzo. Tendría que haber muerto aquel día y, sin embargo, ahí estaba, observando a sus súbditos. Como todo, la suerte se acababa y no podría vivir de ello eternamente. Durante los siguientes tres años, Phobia se dedicó a entrenar y obtener experiencia en el combate. Dado que su constitución no era fuerte, pero sí ágil, decidió que los cuchillos arrojadizos y las pequeñas armas de fuego serían sus mejores amigas y aliadas. No aprendió de la noche a la mañana, de hecho, su entrenamiento mejoró en base al error y la repetición. Por otra parte, su interés por las toxinas no se había apagado todavía. Estudió, investigó y experimentó los efectos, jugando con las dosis e incluso mezclas de diferentes tipos. Llegó incluso a enviar varios equipos de junkers fuera de la ciudad para recolectar animales venenosos que no podía encontrar en Junkertown o en la tierra.
Ahora que estaba preparada para defenderse y comenzar a gozar de sus privilegios, la nueva reina de Junkertown iba a comenzar a imponer su propia ley.
TOP SECRET:
La historia de Phobia está incompleta. Hay partes que permanecen ocultas al público, de forma que solo podrán ser reveladas mediante rol. Cuando un dato secreto sea revelado, aparecerá escrito aquí y al lado el @ del primer personaje logre obtenerlo. ¿Tienes curiosidad? ¡Buena suerte!
-Cuando se produjo la explosión del núcleo de omnium australiano, Phobia solo tenía dos años. El incidente se produjo mientras jugaba al escondite con su madre. Permaneció oculta en la despensa a la espera de que su progenitora acabara por encontrarla. Escuchó el estallido, los gritos, los edificios haciéndose pedazos. Asustada, gritó para llamar a sus padres en vano. No reunió el valor suficiente para salir hasta que el ruido cesó y pasó a reinar un silencio sepulcral. Su hogar estaba destrozado, sus padres desaparecidos. Quedó sola a merced de un mundo que desconocía por completo. A la espera de que sus padres volvieran y pensando que si se iba se preocuparían, se negó a abandonar los escombros de lo que antes fue su casa. Allí pasó varios días, sola y asustada, cada vez haciéndose más a la idea de que sus padres no iban a regresar. Su estómago comenzó a doler, tenía muchísima hambre. Lloró, pues hasta entonces no había experimentado la furia de un estómago vacío. Un hombre que escuchó su llanto se acercó, ofreciéndole su mano en señal de buenas intenciones. Quería ayudarla. Ella se rehusaba a aceptar semejante oferta, pues desconocía a aquella figura alta, por mucha calma que le transmitiera. Sin embargo, su hambre pudo con ella y aceptó marcharse, abandonando así las ruinas de su hogar y los cuerpos de sus padres bajo los escombros. Desde ese momento, estuvo al cuidado y atención de aquel amable y piadoso señor, quien compartió con ella las pocas provisiones que reunía y le proporcionó un lugar sin huecos en las paredes por el que pudiera colarse el frío.